martes, 8 de septiembre de 2020

María Meleck Vivanco - Seis poemas

 

María Meleck Vivanco


La desterrada


Vengo desde el no aire Del no vacío eterno Voy a decir mi
cuerpo Voy a decir mi larva minúscula en el cosmos Bajo
el ombligo amargo de la tierra me esperan con mi libro de tristes preguntas y de besos
De oscuridad me parto en granada y en rosa De ciénaga me
salvo con un rayo de luna Vengo contando huérfanos descalzos que atesoro desde un hambre afilado que todos compartimos
Traigo los colmenares que doró el horizonte Los pájaros del
alba que perforan el viento En túneles de fresnos se extravían
mis pasos Resbalo por andenes de lumbre derretida
¡Oh qué olvido! ¡Qué olvido más árido y extraño!
Me lleva por su nada, me trae por su río, con mi esqueleto
ardiente doblado sobre un páramo
Vengo escudada en flores Preguntando desnuda Y al mar
vuelco otro mar de medusas intrépidas


La muerte de una flor ( Vietnam)

En cada primavera que baja por la boca, está la muerte intacta
detrás de sus colores Nombro la muerte niña y todavía oscura, desafiando el furor de setiembre en la hoguera
Tú eres el hombre trémulo que resiste a la ausencia; a esa piedra que dura con la misma rutina A sus yemas de fuego que
devuelven las balas pasando como un trueno por huecos tamarindos
Tú eres el hombre trémulo que enarbola su muerte, que pisa
sobre larvas llovidas de sus ojos El hombre enamorado que
muere de metralla en las castas vitrinas de nuestro mundo impávido
Y la muerte en su boca siembra su sol opaco Y ha roto surtidores de luz como entre sueños Escoltada de péndulos y
de antracitas vírgenes, va eternamente lúcida con su ardido
caballo
La muerte de una flor es la muerte increíble Muchachas y
muchachos son flores desarmadas
El ángel que los guarda abre y cierra corolas, en sus nichos
brillantes perdidos en el mar


Últimas señales


Guijarros de la nada por ti reconocidos ¿Es que vas a dejarnos la llave de la vida? ¿O a descubrir acaso las trampas de
ceniza que la muerte prepara?
Te esperan los albatros cada cual con su grito Un recuerdo
de gemas de lágrimas doradas que en la costa nocturna abandonan sus cantos
Te llamo desde el Este En esta ciudadela del sol
En este farallón del océano Con los ruidos del mar te he
preparado un círculo de alto horizonte azul que es amor sin
violencia
Yo te invoco de luz Con los reflejos últimos que blanquean
los páramos Con las señales últimas que te hagan descifrable
De noche las gaviotas se eternizan y callan
Te pregunto obstinada desde dónde nos llegas? Dónde flameas tú? en qué ebria galaxia? Desde dónde nos viene este
gusto a tormenta y en que luna lejana remansas tus diamantes? No sientes el deleite de dejarte caer feliz sobre la tierra?
Tus hipocampos de oro tus flores tus neblinas te reconocerían
en las hojas dormidas del otoño mojado?
Allí desde el vacío Ese sol que maneja los discos del infierno
Te reconocería?
Mensajero del éter Tú que viajas desnudo Tú que nos incorporas de pie sobre tus cirios Es que vas a dejarnos la llave
de la vida? O a descubrir acaso las trampas de ceniza que la
muerte prepara?
En su oscuro temblor, mi sangre se desvela

De "Plaza Prohibida" (1975)

13. Permitidme los tactos que suavicen el alarido
de la realidad

Un grito que conmueve de pánico las hojas del manzano
Eriza los cabellos y desvía al mensajero de
sangrientas
magnolias
Caen las visiones en esta identidad tan brumosa de cacerías
y villanos Tan responsable en su desdén y al mismo tiempo
aliado que se inventó el infierno
Ahora relampaguea vidrio en los ojos del gato Y volteretas
crueles amenguan las caravanas en ascenso Al amparo de
Dios Supera el diapasón su minutero anticipado
Mucha
audiencia de sombras Mucha memoria hacia el combate
Mucha dentellada extraña
Somos los extranjeros Pianistas obsesos al fondo del jardín
que miramos la serpiente en cada mano Y el patrullaje de la
fruta escondida Nuestra médula tiembla Se exilia de la
guerra anticipada Se controla como un cisne de lomo iridiscente
Como un ojo impiadoso entre las uvas Aprendo al servicio de la
tristeza en un azulado país Sus infinitas raíces me lloran y alejan
mi nombre verdadero
Estamos sitiados por el desquicio y la impunidad de los
verdugos Veo la resaca del mar que va y viene en una hélice violenta
En un cañamazo de atormentados colores
Ruanda lapidada en su refugio de piedra hereje
Ruanda
cumplida de morir vertiginosa
Y un chorro de aceite hirviendo cae sobre las palomas de
África Que antaño izaran las voladuras del corazón


6. Carne mía He aprendido de ti Arcoiris que transfiguras
la muerte


Diezmando el ruiseñor Mis pies revolotean el pan de muerte
Labro la desventura con orquídeas que alternan los ventiluces
de la selva Los presagios del mar y el abismo satélite que
aprendió del asombro
Como una tigresa en su cubil que se va desnudando hacia las
flores Ruanda no se separa de mi vida mirándome
Ahora
que su piel se lava con la furia Y ruedan las metrallas como
copos de muerte
Mi pan de muerte suyo Mi toga funeraria Mi armadura inservible
que junta mariposas


17. Así cayeron los plantíos a mis pies Con su
agua verdísima de
mil ojos corruptos

La naciente luz ha vacilado en el peligro Ya todo
lo efímero detrás del día se diluye Como el perfume del limón
Es Ruanda fluctuante Un retrato cubierto de espinas
y milagros La enamora su juego Contra la marea de
las rosas El trozo de metal que enmudece la tierra
Vedada nos está la alegría Sus mares constelados
Pues la misma sal golpea una y mil veces en una ola
de urgencia sin sentido Los pericotes han
descubierto la raíz Y está escrito que se apareen
debajo de los árboles Y que sus pactos se cumplan a
destiempo Porque los dioses han permanecido en sus
imperios Donde las formas son maravillosas
Vedada nos está la vigilia Con párpados abiertos en
el profundo sueño Ojos predestinados a reinar
Leños que consumen sus brasas fuera de las bengalas
Y cuchillos de condenación que lastiman a ciegas
Cómo han podido despertar sin esa isla Sin ese
centinela de endemoniados y vírgenes Sin esa
beatitud en medio del incendio Y los visillos
violetas Flotando en ceremonias de la guerra
Vedada nos está la eternidad Su espejo siempre
empañado de repetir los mismos rostros Su cábala que
tiene en mérito la oscuridad Los transhumantes
enanos del hechizo Las pobres apariencias que se derrumban

 

Fiel a su espanto Ruanda ha disparado al corazón
Infinitamente silenciosa

De "Canciones para Ruanda" (1998)


María Meleck Vivanco (1921-2010) nació en Córdoba (Valle de San Javier, de Traslasierra).  Integró el grupo de surrealismo argentino del que formaban parte Aldo Pellegrini, Enrique Molina, Telo Castiñeira de Dios, Olga Orozco, Francisco Madariaga, con los que compartió vida y poesía. Parte de su obra ha sido traducida al Italiano y al Portugués. 

Ha recibido los premios: “Libro de Oro”, Lima, (Perú), 1956; Segundo Premio “Municipal de la Ciudad de Buenos Aires”, 1978; Primer Premio “Fundación Argentina para la Poesía” (colección de poetas contemporáneos), Buenos Aires, 1988; Premio “Edición” del Fondo Nacional de Las Artes”, Buenos Aires, 1991; Nominación por Argentina en “UNICEF” de Nueva York (U.S.A.), 1996; Premio “Universidad de Letras” de La Habana (Cuba), 1997. 


 


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