martes, 28 de julio de 2020

José Watanabe - Siete poemas


José Watanabe 



La tormenta


En la cerrazón de la tormenta 
sólo veía sus espaldas como sombra 
en el centro de la pequeña canoa. 
Sabía que te protegía de la lluvia
una vieja capucha azul. 
El aburrido ruido del motor 
no nos alejaba del inmenso hervidero 
en que se había convertido el lago. 
La tormenta 
nos había puesto en la mano de un dios enfurecido. 

Pero casi estábamos dichosos cuando un relámpago 
iluminó los grandes árboles de la orilla del lago
y vimos ramas de oro y plata instantáneos. 
Entonces volteaste y alargaste tu mano hacia mí: 
también te dio miedo la súbita oferta de fulgurar 
y desaparecer.

 


Orgasmo

¿Me dejará la muerte 
gritar 
como ahora? 


La sangre


Los médicos escuchan con el estetoscopio 
el paso rumoroso de nuestra sangre, lo escuchan 
como una revelación que nunca comparten, no dicen 
con alegría: tu sangre no ha huido

La sangre puede huir. Los órganos están fijos, 
palpitando en su profunda oquedad, pero la sangre 
puede salir de su límite, franquear la piel y saltar 
al mundo. 

Si la sangre huye sabrá remontar colinas 
así como se extiende abundante y silenciosa 
por el hígado, sabrá fluir por los arcos de los puentes
así como avanza por las esclusas del corazón, 
sabrá pasar bajo las raíces enmarañadas de los sauces 
así como pasa entre la arboladura de los pulmones. 

La sangre puede inundar todos los paisajes. 

La sangre de los asesinados va delante de nosotros 
y vibra 
como un horizonte infame. 

De "Banderas detrás de la niebla" (2006)

 


    Informe para mi hermano muerto en la infancia


Ahora no hay a lugar a la discusión ni defensa. 
La peste tenía su oficio. 
Fue duro verte rodar como una semilla. 
Yo sobrevivo entre los muertos. 
Caminamos por los pasillos como en esas silenciosas y vastas posadas. 
Respiramos el deseo de huir sin cancelar la cuenta. 
Papá escanció su último aire sobre nosotros. 
Me acompaña una muchacha parecida a una fuente. 
Nos alimenta una licuadora. 
Ya empieza el verano. 
Te ves con papá? 
En general, me he vuelto un poco indiferente. 
A veces pesa mucho el silencio de los cipreses y los muertos. 



Cine mudo

Mirando el amor, 
                 tendido en los pastos, 
si cierras un ojo tendrás una estampa china. 
Dónde está China? 
Mi madre tenía una ventana y no pudo ver China. 
La maquina 7 ha pasado por el cielo diciendo adiós. 
Pasó un manicero vendiendo maní. Adiós. 
No era un manicero: desconfía de las nubes que arrojan maní: 

Ha bajado un caballo 
y en el cielo la yegua espera acostada diciendo amor. 

Está pasando un entierro, 
        el muerto quería ir caminando
        pero que comprenda que comprenda le dijeron. 
Le dijeron que la huelga continuaba ante la tropa y la bala. 
Adiós. Último adiós. Adiós levantando un manojo de pasto. 
Cómo te llamas? No quiere hablar. 

Como mi madre cuando mira por su ventana. 

No tengas miedo. En tu memoria 
las yeguas han postergado su boda de blanco. 
Ellos están esperando noticias
y hermoso es el oficio de cartero bajo la tierra. 

Son blancas las calles bajo la tierra? 
Saluda a mi hermano, 
que levanté el manojo de pasto, así le dices. 

De "Álbum de familia" (1971) 


 
El anónimo (alguien, antes de Newton)

Desde la cornisa de la montaña 
dejo caer suavemente una piedra hacia el precipicio,
una acción ociosa 
de cualquiera que se detiene a descansar en este lugar.
                      Mientras la piedra cae libre y limpia en el aire 
siento confusamente que la piedra no cae 
sino que baja convocada por la tierra, llamada
por un poder invisible e inevitable. 

Mi boca quiere nombrar ese poder, hace aspavientos, balbucea
                       y no pronuncia nada. 
La revelación, el principio, 
fue como un pez huidizo que afloró y volvió a sus abismos 
y todavía es innombrable. 

Yo me contento con haberlo entrevisto. 
No tuve el lenguaje y esa falta no me desconsuela. 
Algún día otro hombre, subido en esta montaña  
                                                 o en otra, 
dirá más, y con precisión. 
Ese hombre, sin saberlo, estará cumpliendo conmigo. 

 

Mi ojo tiene sus razones

Creo que mi ojo tiene un arbitrario criterio de selección. 
Obviamente hubo más paisaje alrededor, 
imposible que sólo fuéramos ella y yo en el rompeolas. 

Soy de repeticiones, como todos. Entonces puedo suponer que 
si hubo niebla
le dije: botes en la bruma pueden ser sólo reflejos, espejismos, 
y le mencioné el antiguo haiku de Hurami: 
                                 "Entre la niebla 
                                       toco el esfumado bote. 
                                          Luego me embarco"  
Si hubo sol 
le tomé fotografías con el hueco de la mano y acaso la azoré 
diciéndole: posa con los senos hacia el viento. 
Si pasaron gaviotas y ella las admiró, le recordé 
que eran aves carniceras y que únicamente su feo canto es honesto. 
Mi ojo todo lo veía, no descartaba nada. 
Entramos en el mar por el rompeolas de rocas cortadas. 
Sobre una roca saliente ella recogió su falda 
                                 y deslizó sus pies hacia el agua. 
Sus muslos desnudos hallaron comodidad en la piedra. 
Era particularmente raro 
el contraste de su muslo blanco contra la roca gris: 
su muslo era viviente como un animal dormido en el invierno, 
la roca era demasiado corpórea y definitiva. 

Hubiera querido inscribir mi poema en todo el paisaje, 
pero mi ojo, arbitrariamente, lo ha excluido
y sólo vuelve con obsesiva precisión 
a aquel bello y extremo problema de texturas: 
                                                              el muslo 
                                                              contra la roca. 

De "El huso de la palabra" (1989)

 
  
 
José Watanabe (1946-2007) fue un poeta y dramaturgo peruano. En su obra poética podemos encontrar: Álbum de familia (1971), El huso de la palabra (1989), Historia natural (1994), Cosas del cuerpo (1999), Antígona (2000), Habitó entre nosotros (2002), Lo que queda (2005), La piedra alada (2005), Banderas detrás de la niebla (2006). 
 

sábado, 25 de julio de 2020

María Malusardi - Nueve poemas


María Malusardi



 
uno sabe que no puede convertirse en nada descabellado al viento cuando dialoga con un pescador uno sabe que el mar es silencio y rebeldía en la inacción uno sabe que perderse en otra piel es desandarse de uno mismo está escrito sellado en la arena

**
 
no hay diálogo con pescadores hay un vacío de hilos metálicos resonando al viento hay peces como violoncellos nerviosos hay úteros puro desparramo la orilla he parido medusas desangrado la última marea descanso ahora en el soliloquio del pájaro te presiento en su descripción
 

De "Dialogo con pescadores" (2007) 



intento a través de una imagen fallida regresar a la infancia y encontrarte mi hermano uno y  esperarte mi hermano otro y en el suero que nos cuelga y nos sostiene inyectarnos el dulzor de la manzana sabernos ajenos estrangulados dormidos triunfantes sordos como animales duermen su lado oscuro hasta que el dolor nos castre  

**

cada vez que mis hermanos nacen me desentiendo del asunto juego debajo de la mesa con los botones robados a mi abuelo sastre cada vez que mis hermanos mueren trago los botones hasta el silencio del mar

** 

descoso los bolsillos de mi abuelo sastre para respirar y espío desde el ahogo la familia del futuro que avanza sobre lo más roto de mi claridad

  
 
  De "El sastre" (2015)



la celda está adornada con hiedras que los paseantes van dejando mientras mi boca rasca la herrumbre chupa cada barrote mi boca imagina el hueso de un cordero busca los restos que alimenten la hiedra cubre el espectáculo embellece los paseantes balbucean nunca versos de martí sino improperios que enarbolan alzan mi destino


De "El artista del hambre" (2019)

 

la rueda aplastó el amor 
(ya no pregunto por mi accidente) 
entre la cara y el suelo 
flota lo perdido cuando nos besábamos 
es región de la nada la boca contra la boca 


**
mi madre reunida en el adoquín 
mi padre enredado en la velocidad de la luz 
yo dentro de mi vestido 
en el borde de la ruta 
en el marco de la ventana 
reviso 
cuento las edades del rocío 
jamás 
repartiré mis propios hijos por el mundo 


De "El accidente (Mosaico de familia)" (2001) 


 en cada cuchillo una familia se defiende de sí misma

 De "La carta de vermeer" (2002) 

 

 

La poeta María Malusardi publicó los libros de poesía artista del hambre (Ediciones en Danza, 2019), el descenso de jacqueline du pré y otros poemas (Ediciones en Danza, 2018), el desvío y el daño (Buenos Aires Poetry, 2017), el sastre (Ediciones en Danza, 2015), artista del trapecio (Alción, 2014), la música (El suri porfiado, 2013), el orfanato (Alción, 2010), trilogía de la tristeza (Alción, 2009), museo de postales (El Suri Porfiado, 2008), diálogo con pescadores (Alción, 2007), variaciones en la niebla (Alción, 2005), la carta de vermeer (Alción, 2002) y El accidente (Mascaró, 2001). Obtuvo por el sastre la Mención especial del Premio de Literatura Casa de las Américas 2015, de Cuba y trilogía de la tristeza resultó finalista del Concurso Olga Orozco 2009, con un jurado integrado por Antonio Gamoneda, Gonzalo Rojas, Juan Gelman y Jorge Boccanera; además fue traducido al francés y editado en 2013 como trilogie de la tristesse (Zinnia Editions), tanto en papel como en formato e-book.

Recibió la beca del Fondo Nacional de las Artes, en 2018, para escribir Asamblea permanente. Diálogos para una hermenéutica, un ensayo sobre la obra y vida del poeta argentino Alberto Szpunberg, aún en proceso.

Como docente dicta la materia Taller de Entrevista en la carrera de periodismo en TEA. Da talleres de lectura y escritura creativa y clínicas de obra. Escribe en la revista Caras y Caretas y en diversos medios culturales digitales de América Latina.

 

 


martes, 21 de julio de 2020

Jorge Teillier - Siete poemas




Jorge Teillier


 

***

Nieve nocturna 

¿Es que puede existir algo antes de la nieve? 
Antes de esa pureza implacable, 
implacable como el mensaje de un mundo 
que no amamos, pero al cual pertenecemos 
y que se adivina en ese sonido 
todavía hermano del silencio. 
¿Qué dedos te dejan caer, 
pulverizado esqueleto de pétalos? 
Ceniza de un cielo antiguo 
que hace quedar solo frente al fuego 
escuchando los pasos del amigo que se fue, 
eco de palabras que no recordamos, 
pero que nos duelen, como si las fuéramos a decir de 
nuevo. 
¿Y puede existir algo después de la nieve? 
Algo después 
de la última mirada del ciego a la palidez del sol, 
algo después 
que el niño enfermo olvida mirar la nueva mañana, 
o mejor aún, después de haber dormido como un 
convaleciente 
con la cabeza sobre la falda 
de aquella a quien alguna vez se ama. 
¿Quién eres, nieve nocturna, 
fugaz, disuelta primavera que sobrevive en el cerezo? 
¿O qué importa quién eres? 
Para mirar la nieve en la noche hay que cerrar los ojos, 
no recordar nada, no preguntar nada, 
desaparecer, deslizarse como ella en el visible silencio.  

 

Bajo un viejo techo 

Esta noche duermo bajo un viejo techo,

los ratones corren sobre él, como hace mucho tiempo,

y el niño enterrado en mí renace en mi sueño,

aspira de nuevo el olor de los muebles de roble,

y mira lleno de miedo hacia la ventana,

pues sabe que ninguna estrella resucita.

Esa noche oí caer las nueces desde el nogal,

escuché los consejos del anciano reloj,

supe que el viento vuelca una copa del cielo,

que las sombras se extienden,

y la tierra las bebe sin amarlas,

pero el árbol de mi suelo sólo daba hojas verdes

que maduraban en la mañana con el canto del gallo.

Esta noche duermo bajo un viejo techo,

los ratones corren sobre él, como hace mucho tiempo,

pero sé que no hay mañanas, y no hay cantos de gallos;

no quiero escuchar las palabras del reloj enfermo,

abro los ojos, para no ver reseco el árbol de los sueños,

y bajo él, la muerte que me tiende la mano.




Sentados frente al fuego

Sentados frente al fuego que envejece

miro su rostro sin decir palabra.

Miro el jarro de greda donde aún queda vino,

miro nuestras sombras movidas por las llamas.

Esta es la misma estación que descubrimos juntos,

a pesar de su rostro frente al fuego,

y de nuestras sombras movidas por la llamas.

Quizás si yo pudiera encontrar una palabra.

Esta es la misma estación que descubrimos juntos:

aún cae una gotera, brilla el cerezo tras la lluvia.

Pero nuestras sombras movidas por las llamas

viven más que nosotros.

Sí, esta es la estación que descubrimos juntos

—yo llenaba esas manos de cerezas, esas

manos llenaban mi vaso de vino—.

Ella mira el fuego que envejece.

 
De "Para ángeles y gorriones" (1956)



***


III

Una lluviosa primavera resucita como de
costumbre hablando con las mismas hojas
que rodearon el sueño de la Bella
Durmiente y restaña las heridas de la
costa,
mientras el sol despreocupado pasea en mangas de
camisa y al pie del roquerío
las algas envuelven con
dulzura el esqueleto del
inocente.

En el cementerio del cerro
la primavera se detiene para que florezcan
amapolas en los párpados de los muertos.
Los martillazos y los chillidos de las
tablas anuncian que el pueblo
resucita
como el vaso quebrado en el cual pondremos las mismas
luciérnagas que los abuelos persiguieron en una primavera
de 1900.

El pueblo nace de nuevo
de manos de los rústicos que fueron amenazados de
fusilamiento si reclamaban el pan que les pertenecía;
nace de nuevo de manos de aquellos
a quienes los poderosos condenan a
pudrirse como los jergones de paja en
las cárceles.
Y la primavera que recorre las playas
abandonadas hace callar al oleaje
y escucha los lejanos cánticos de resurrección.
 
De “El árbol de la memoria” (1961)


***
 

Hoy soy un miembro del Club de los Corazones Solitarios

Hoy soy un miembro del Club de los Corazones
Solitarios. En la clínica espero, aburrido, el
desayuno.
Mientras mi compañero de mesa mira el muro recién blanqueado
y comenta, riendo, una película de gangsters.

Nunca te envié ni siquiera una postal, y no sé por qué me
acuerdo de ti. Debes estarle dando desayuno a tus hijos
¿Cuántos son? ¿Se parece alguno a mí?
Debes haberte casado con un profesor primario o un jefe de Correos.

Vas a la huerta y hablas con tu madre
Sobre tu padre y sus amigos muertos
que hoy deben estar en el cielo jugando brisca
rematada, tras dejar como herencia casas a
medio morir saltando.

Yo, antes de ir al Liceo, te hablaría bien del peor alumno del curso
y del partido de fútbol que ayer ganó el "Águilas del Barrio
Norte". Yo no sabía que iba a viajar bajo tantos cielos
agonizantes,
y que en ningún país hallaría alguien que compartiera el silencio.

Yo no sabía que iba a cumplir cincuenta años
sin nadie y por eso te veo mientras espero el
desayuno.
Sonreías en el puente cuando te decía que no moriríamos en
Napóles y que en el Sena te obligaría a subir a un bateau-
mouche.

Tú vuelves a hacer hablar a la cocina
a leña y tus días pasan como si no
pasaran:
Son un tropel de bueyes que tu hermano lleva a la feria
y yo sigo escribiendo versos tontos que debería echar
al fuego. Hoy soy un miembro del Club de los
Corazones Solitarios.

De “El molino y la higuera” (1993) 
 

***
 
Para hablar con los muertos
 
Para hablar con los
muertos hay que elegir
palabras
que ellos reconozcan tan
fácilmente como sus manos
reconocían el pelaje de sus perros en la
oscuridad. Palabras claras y tranquilas
como el agua del torrente domesticada en la copa
o las sillas ordenadas por la
madre después que se han ido
los invitados. Palabras que la
noche acoja
como los pantanos a los fuegos fatuos.

Para hablar con los
muertos hay que saber
esperar:
ellos son miedosos
como los primeros pasos de un
niño. Pero si tenemos paciencia
un día nos responderán
con una hoja de álamo atrapada por un
espejo roto, con una llama de súbito
reanimada en la chimenea con un regreso
oscuro de pájaros
frente a la mirada de una
muchacha que aguarda inmóvil
en un umbral.

De “Poemas secretos” (1965) 
 
 
***
 

Cuando todos se vayan
 
 
A Eduardo Molina Ventura

 
Cuando todos se vayan a otros
planetas yo quedaré en la ciudad
abandonada bebiendo un último
vaso de cerveza,
y luego volveré al pueblo donde siempre
regreso como el borracho a la taberna
y el niño a
cabalgar en el
balancín roto.
Y en el pueblo no tendré nada que
hacer, sino echarme luciérnagas a
los bolsillos
o caminar a orillas de rieles oxidados
o sentarme en el roído mostrador de un
almacén para hablar con antiguos
compañeros de escuela.
Como una araña que
recorre los mismos hilos de
su red caminaré sin prisa
por las calles invadidas de
malezas
mirando los
palomares que se
vienen abajo, hasta
llegar a mi casa
donde me encerraré a
escuchar discos de un
cantante de 1930 sin
cuidarme jamás de mirar
los caminos infinitos
trazados por los cohetes en el espacio.
 
De “Muertes y maravillas” (1971)
 


Jorge Teillier Sandoval (1935-1996) fue un poeta chileno perteneciente a la generación literaria de 1950. En su obra podemos encontrar: Para ángeles y gorriones (1956), El cielo cae con las hojas (1958), El árbol de la memoria (1961), Los trenes de la noche y otros poemas (1961), Poemas del País de Nunca Jamás (1963), Poemas secretos (1965), Crónica del forastero (1968), Muertes y maravillas, antología (1971), Para un pueblo fantasma (1978), La isla del tesoro (1982), Cartas para reinas de otras primaveras (1985), El molino y la higuera (1993), Hotel Nube (1996), En el mudo corazón del bosque (1997). 

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