Leonor García Hernando |
años sin estremecimientos sin
novedad en las sienes la voz lacónica
repitiendo: estoy cansada, estoy cansada
no perdono tu casamiento vestida con adornos morados con capucha
tus piernas los tobillos cortados sangre en una alfombra de dibujos
chinos
no perdono ese auto de carrocería gris; al sacudir el pavimento del corazón
arroja sus faros de luz blanca en la pobre avenida sin brisas, sin amantes.
**
el mundo se desmorona en inestables pétalos
de aroma oscuro.
Estos trapos estos adornos que se
aprietan con tan poco calor
esta ilusión de flores dispersas, flotantes en un estanque de aguas sombrías
estos adornos digo para mí, para mi corazón
perro que olfatea las
galochas del muerto
esta ilusión de belleza en el desastre
vía atravesada por un infante de
rojos cabellos terribles (el infante espera su tren, su máquina negra su
triunfo) esa ilusión digo a mi corazón, a mi memoria ópalo sensible a la
fugacidad de los cadáveres
ese deterioro palabras zona donde los idiotas mueven sus
cuadernos
**
He tenido el terror de los bichos humildes en la tormenta.
Me mortificó la duda. Me mortificaron los grandes helechos ponzoñosos,
los ojos de las modistas, las palabras habladas en la boca de mi madre.
La duda comió de mi corazón como un chino inclinado sobre su arroz
cocido.
El deseo vino con un peso de barco que divide las aguas y termina
siendo sólo veneno blanco cae en gotas de un raro espesor.
La boca agrandada por el deseo como por trazos de carmín y los ojos
agrandados por la lectura.
Eso es todo.
**
como a uno que durmió abrazado a sus zapatillas, a los tristes sonidos de su
corazón y el mar era improbable, el viento apartando ramas de sauce la
luna que se observa desde una escollera era improbable
la única verdad era esa realidad devastada
háblame con voz ronca aquí nadamos en esta piscina de aguas
ácidas·
aquí nos distraemos
has cortado la concha de Rita Hayworth para tirarla entre mis sábanas;
ahora brilla como un enrojecido ojo de conejo aquí hay fiesta, música que
todos cantan, bebidas que caen en las ropas ardientes
por un perdón ¿qué daré? la
ironía nos deja en el balcón helado, siempre
lejos de la fiesta ¿qué
daré?
Estoy suavizada por boleros que no tienen abrazos,
boleros atroces que no tienen símbolos.
De "La enagua cuelga de un clavo en la pared" (Ùltimo Reino, 1994)
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