Olga Orozco
Llega en cada tormenta
¿Y no sientes acaso tu también un dolor tormentoso sobre la
piel del tiempo,
como de cicatriz que vuelve a abrirse allí
donde fue descuajado de raíz el cielo?
¿Y no sientes a veces que aquella noche junta sus jirones en
un ave agorera,
que hay un batir de alas contra el techo,
como un entrechocar de inmensas hojas de primavera en duelo
o de palmas que llaman a morir?
¿Y no sientes después que el expulsado llora,
que es un rescoldo de ángel caído en el umbral,
aventado de pronto igual que la mendiga por una ráfaga
extranjera?
¿Y no sientes conmigo que pasa sobre ti
una casa que rueda hacia el abismo con un chocar de loza
trizada por el rayo,
con dos trajes vacíos que se abrazan para un viaje sin fin,
con un chirriar de ejes que se quiebran de pronto como las
rotas frases del amor?
¿Y no sientes entonces que tu lecho se hunde como la nave
de una catedral arrastrada por la caída de los cielos,
y que un agua viscosa corre sobre tu cara hasta el juicio
final?
Es otra vez el légamo.
De nuevo el corazón arrojado en el fondo del estanque,
prisionero de nuevo entre las ondas con que se cierra un sueño.
Tiéndete como yo en esta miserable eternidad de un día.
Es inútil aullar.
De estas aguas no beben las bestias del olvido.
Desdoblamiento en máscara de todos
Lejos,
de corazón en corazón,
más allá de la copa de niebla que me aspira desde el fondo,
del vértigo,
siento el redoble con que me convocan a la tierra de nadie.
(¿Quién se levanta en mí?
¿Quién se alza del sitial de su agonía, de su estera de zarzas,
y camina con la memoria de mi pie?)
Dejo mi cuerpo a solas igual que una armadura de intemperie
hacia adentro
y depongo mi nombre como un arma que solamente hiere.
(¿Dónde salgo a mi encuentro
con el arrobamiento de la luna contra el cristal de todos
los albergues?)
Abro con otras manos la entrada del sendero que no sé adónde
da
y avanzo con la noche de los desconocidos.
(¿Dónde llevaba el día mi señal,
pálida en su aislamiento,
la huella de una insignia que mi pobre victoria arrebataba
al tiempo?)
Miro desde otros ojos esta pared de brumas
en donde cada uno a marcado con sangre el jeroglífico
de su soledad,
y suelta sus amarras y se va en un adiós de velero fantasma
hacia el naufragio.
(¿No había en otra parte, lejos, en otro tiempo,
una tierra extranjera,
una raza de todos menos uno, que se llamo la raza de los otros,
un lenguaje de ciegos que ascendía en zumbidos y en burbujas
hasta la sorda noche?)
Desde adentro de todos no hay más que una morada bajo un
friso de máscaras;
desde adentro de todos hay una sola efigie que fue inscripta
en el revés del alma;
desde adentro de todos cada historia sucede en todas partes:
no hay muerte que no mate,
no hay nacimiento ajeno ni amor deshabitado.
(¿No éramos el rehén de una caída,
una lluvia de piedras desprendida del cielo,
un reguero de insectos tratando de cruzar la hoguera del
castigo?)
Cualquier hombre es la versión en sobras de un Gran Rey
herido en su costado.
Despierto en cada sueño con el sueño con que Alguien sueña
el mundo.
Es víspera de Dios.
Está uniendo en nosotros sus pedazos.
De "Los juegos peligrosos" (1962)
Olga Orozco (1920-1999) fue una poeta argentina. En su obra podemos encontrar: Desde lejos (1946), Las muertes (1952), Los juegos peligrosos (1962), Museo salvaje (1974), Cantos a Berenice (1977), Con esta boca en este mundo (1994), entre otros. Algunos de los premios recibidos: Nacional de Poesía (1988), El premio del Fondo Nacional de las Artes (1980), Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo (1998), El premio Gabriela Mistral (1988).
No hay comentarios:
Publicar un comentario