Javier Galarza (Fotografía: Julieta Bugacoff) |
Esta pobreza es la merienda de los concentrados.
¿Ves los abrigos, las filas en busca de un plato de comida?
El renovado milagro de la lluvia
abre nuestras soledades a algo más grande.
Tu invierno llegó primero. Y allí quedó tu corazón.
El temporal agitó mi abrigo
cuando miré más allá de los alambres.
Y no supe decir mi nombre en los interrogatorios.
No es que no quise. No supe.
Aquí, en los campos de la abolición,
dejé la guitarra sobre el pie.
Y busque fotos viejas.
Y todas tenían esa calma extraña de los teatros en silencio.
Vos dijiste “hablemos de chicas”.
Y las vimos bailar desnudas en la fila de los condenados.
Y nos prometimos vivir solo por eso.
Son tan lindas. No me falles.
Yo callaría por escribirte. Mirá, yo elegiría la vida.
Mientras la vida aún me elija.
Aún si esta lluvia continuara. O se diera a tu silencio.
¿A qué volvería quien tuviera una historia
o hiciera patria en el presente?
No, no era un centro lo que defendías.
Peleaste por un cambio en todos los órdenes.
¿Acaso no fuiste al fondo de tu realidad para crearla allí,
donde no estaba?
¿Había conceptos previos? ¿Cosas tales como mares o
pájaros?
La desesperación es la madre de todos los movimientos.
Un cuerpo es dimensión— no dimensión.
Lo inmensurable mismo, es un cuerpo.
Que ataque lo indescifrable de tu ahora.
El cuerpo no reconocido se desplaza en cobijos parciales.
Efectos, piel o superficie de las cosas.
Paul Valery: Lo más profundo es la piel.
Nunca buscaste un camino que la lluvia no borrara.
Viajás hacia donde nunca más podrás reconocerte.
Vi las calles besadas
por tu olvido,
tejiendo lechos de hojas
para el otoño.
Juegan,
junto a los chicos
que fuimos,
entre los restos
de la estación.
Vuelvo a mi sombra,
donde no vuelvo.
*
A la hora en que el mundo
callaba su secreto…
¿Qué caía con tu nombre?
¿Temblaba donde no estabas?
¿Qué cantabas a veces
y en qué idioma
siempre
tan lejano?
Rastreaba los silencios del mundo
en lo que pervive sin mí.
Era a la aurora la herida de los barcos.
Yo me daba, extraño para los demás,
ninguno para mí mismo.
Tendemos a repetir
los lugares que habitamos,
porque cuando perdemos las señales
no sabemos volver.
Las valijas nos hacen en silencio,
así dejamos sitios, calles o cuerpos.
Quizás empobrecernos implica atención,
¿cómo si no haríamos tesoros en el cielo?
‘Atento’, del Lat. ‘Attentio’,
es quien concentra la mente
hacia un estímulo determinado,
‘la atención como oración natural del alma’
escribió Celan vía Benjamín vía Malebranche.
Nosotros creamos este ‘no lugar’
donde dejamos de encontrarnos,
atisbamos cada día la renuncia
a la voluntad y al deseo,
pero si perdemos toda intención,
ya no sabemos volver.
‘Intención’ se origina en el latín ‘intentïo’
refiere a la determinación
de la voluntad hacia un fin.
Las supresiones abren lugar,
pero si lo perdemos todo
¿en quiénes podríamos volver?
Y ¿a qué lugar llamado casa?
Con el cambio climático,
las especies migratorias
se ven afectadas,
porque los indicadores varían
y confunden los períodos
en los que deben partir,
‘así estás vos’, me dice N., ‘como los pájaros
cuando se derriten los polos’,
porque sufrí una caída mientras
intentaba subir por un callejón
y mi cuerpo quedó dislocado,
listo para no dejar de caer.
Es cierto, pierdo mi brújula,
dejo de hibernar en forma prematura
o doy frutos fuera de estación,
esto lo debí cantar en primavera,
pierdo mi norte,
las cosas caen por su propio peso,
del verbo ‘cadere’ (caer o suceder),
similar al verbo ‘caedere’ (matar
o hacer morir),
la caída en el Génesis
es lo que nos priva de un lugar seguro,
reptar, arrastrarse sobre el propio vientre,
tentarse y sufrir el castigo
o tomar conciencia de la desnudez,
solo lo prohibido
nos alienta a continuar
o hace lugar al deseo
y cada uno pone un precio
a la medida de su trasgresión.
Decenas de pájaros colisionan cada día
contra los cristales de los edificios.
Alina es pálida, mortecina
y pequeña, tan blanca
que haría sonrojar a la nieve,
como una muñeca nazi
de dulzura fotofóbica
o una yonqui
en una fiesta de verano,
triza los espejos
que su reino
ha interrogado.
Certero el pico, el émbolo, la jeringa;
dulce el tajo, la pala, las marcas en los brazos.
Albina, es una figura fantasmal
en el borde de la ciudad.
Parte desde mis brazos a este mundo,
pero pronto se cansa
y vuelve a refugiarse
junto mi pecho, le susurro ¿Alina?
y me mira con la tristeza
que convoca su silencio.
Está llena de preguntas con las que insiste
hasta obtener una respuesta,
recorremos la ciudad sosteniéndonos
y la gente se nos queda mirando.
“¿Están perdidos?”.
“Sí, estamos perdidos.
Por eso caminamos juntos”.
Como el milagro invertido de la luz
sobre un pesebre,
un cometa se desintegra
sobre nosotros.
Y algo más se apaga
desde este silencio
que nos encuentra refugiados
en una casilla a medio construir.
“Yo podría haber sido otra”, dice Alina,
empequeñecida por el frío.
“Soy otra en algún lugar,
todos podríamos
haber sido otros,
somos otros
en algún lugar”.
Entre las calles empedradas por la niebla
llegamos al puerto de la ciudad,
a ese barco muerto arrasado por el óxido,
estructuras de metal retorcidas en el navío
a medio hundir, como un milagro allí,
en la periferia,
un navío templado de distancias,
encallado donde la corriente lo arrastró.
“Quisiera viajar lejos, muy lejos.
Inventarme una vida
en algún lugar
y luego volver a partir
para nunca dejar de ser una extraña”, dice Alina.
Aquella tarde entramos al barco, nos buscamos
entre restos de camarotes mientras las escaleras
crujían bajo nuestros pies
y nuestra vida era ese hoy
donde el presente quedaba lejos.
Ya no había lugares ciertos,
soltábamos todas las amarras.
De "Fur Alina" (Ed. Ediciones en Danza, 2018)
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