martes, 6 de octubre de 2020

Henri Micheaux - Cinco poemas

 

Henri Micheaux

Trad. Lysandro Z. D. Galtier

Las pequeñas preocupaciones de cada cual

Una hormiga no se inquieta por un águila. El furor, la ferocidad del tigre nada evoca en su espíritu; el ojo feroz del águila no la fascina, en modo alguno.

En un hormiguero nadie se preocupa por las águilas.

La luz a saltos pequeños no perturba gran cosa a un perro. Sin embargo un microbio que ve llegar la luz, los elementos de la línea de luz, un poco más pequeños que él, siente con desesperación los latidos numerosos que van a dislocarlo, que van a sacudirlo hasta la muerte. También el condenado gonococo, que tanto hace por complicar las relaciones entre el hombre y la mujer, es cogido por la desesperación y abandona, forzado, su dura vida.

 

Nosotros

Nada en nuestra vida ha andado muy derecho.
Derecho como para nosotros.
Nada en nuestra vida se ha consumado a fondo,
A fondo como para nosotros.
El triunfo, la corona,
No, no, esto no es para nosotros. 

Asir en cambio el vacío entre las manos,
cazar la liebre, descubrir al oso,
golpear animosamente al oso, herir al rinoceronte,
ser despojado de todo, puesto en el trance de sudar su propio corazón;
otra vez arrojado al desierto, obligadoa  formar allí su ganado,
un hueso por aquí, un diente por allí, más allá un cuerno.
Esto sí es para nosotros. 

Pensar que las siete vacas gordas nacen en este momento.
Ellas nacen, pero no seremos nosotros quienes las ordeñaremos.
Los cuatro caballos alados acaban de nacer.
Han nacido. Sueñan solamente en volar.
Difícil se hace retenerlos. Llegarán hasta los astros estos animales.
Pero no es para nosotros que los llevarán allí.
Para nosotros las sendas de los topos, las de la grillotalpa.
Entre tanto, hemos llegado a las puertas de la Ciudad.
De la Ciudad-que-cuenta.
Estamos ya en ella, no cabe duda. Es ella. Es ciertamente ella.
¡Lo que hemos debido sufrir para llegar!... y para partir.
Fue preciso desenredarse lentamente, haciendo trampas, de los brazos que los ligaban al pasado... 

Pero no seremos nosotros quienes entraremos.
Serán los muchachos ¡aquí estoy yo! verdegueantes y audaces, los que entrarán.
Porque lo que es nosotros, no entraremos.
Tampoco iremos más lejos. ¡Stop!, no más lejos.
Entrar, cantar, triunfar, no, no, esto no es para nosotros.

 

Hacia la serenidad

Aquel que no acepte este mundo no construirá en él casa alguna. Si siente frío, lo siente sin tener frío. Tiene calor sin calor. Si tala álamos blancos, es como si no talase nada: pero los álamos blancos están ahí, por el suelo, y él recibe el estipendio convenido, o bien sólo recibe golpes. Recibe golpes como un donativo sin significado, y parte sin asombrarse.

Bebe el agua sin tener sed, se hunde en una roca sin el menor malestar.

Con la pierna fracturada, bajo un camión, conserva su aire habitual y sueña en la paz, en la paz, en la paz tan difícil de obtener, tan difícil de conservar, en la paz...

Sin haber salido nunca, el mundo le es familiar. Conoce bien el mar. El mar está constantemente debajo de él, un mar sin agua, pero no sin olas, pero no sin extensión. Conoce bien los ríos. Los ríos lo vadean constantemente, sin agua pero no sin languidez, pero no sin torrentes repentinos.

Huracanes sin viento lo acometen con furor. La inmovilidad de la tierra es también la suya. Carreteras, vehículos, rebaños infinitos lo recorren y un enorme árbol sin celulosa, pero muy arraigado, madura en él un fruto amargo, amargo muchas veces, raramente dulce.

Así apartado, siempre solo en cualquier cita, sin retener jamás una mano entre sus manos, sueña, con el anzuelo en el corazón, en la paz, en la condenada paz lancinante, en la suya, y en la paz que se dice que está por encima de esa paz.

De "La noche se agita" (1934)


El porvenir

Cuando los mah,
cuando las mah,
las marismas,
las maldiciones,
cuando las mahahahahas,
las mahahahaborras,
los mahahahalestares,
las hondragordaguarderías,
los honcucarachonchus,
las hordamoplopeyas de purú pará purú,
los inmunocéfalos glosografiados,
los pesos, las pestes, las putrefacciones,
las necrosis, las matanzas, los hundimientos,
los viscosos, los apagados, los infectos,
cuando la miel petrificada,
los témpanos perdiendo sangre,
los Judíos alocados volviendo a comprar precipitadamente a Cristo,
la Acrópolis, los cuarteles cambiados en repollo,
las miradas en murciélagos, o bien en dardos aspados, en caja de clavos,
nuevas manos en marejadas altas,
otras vértebras hechas con molinos de viento,
el jugo de la dicha trocándose en quemadura,
las caricias en punzantes estragos, los órganos mejor unidos del cuerpo en duelos a sable,
la arena de la caricia pelirroja vuelta plomo sobre todos los aficionados de la playa,
las lenguas tibias, paseantes apasionadas, trastrocándose ya en cuchillo, ya en duros guijarros,
el ruido exquisito de los arroyos que corren, mudándose en bosques de loros y mazos de batán,
cuando el Espantoso-Implacable desahogándose finalmente,
sentará sus mil nalgas infectas sobre el Mundo cerrado, centrado, y como suspendido de un clavo,
volviéndose, volviéndose sobre sí mismo sin jamás alcanzar a escaparse,
cuando, última ramazón del Ser, el sufrimiento, punta atroz, sobrevivirá solo, creciendo en delicadeza,
cada vez más aguda e intolerable... y la Nada terca en rededor que retrocede como el pánico... 

¡Oh desdicha! ¡Desdicha!
¡Oh último recuerod, ínfima vida de cada hombre, ínfima vida de cada animal, ínfimas vidas puntiformes;
nunca más.
¡Oh vacío!
¡Oh Espacio! Espacio no estratificado... ¡Oh, Espacio!
¡Espacio!

De "Mis propiedades" (1929)


Henri Michaux (Namur, Bélgica, 24 de mayo de 1899-París, 19 de octubre de 1984) fue un poeta y pintor de origen belga, nacionalizado francés. Publicó aproximadamente 60 títulos. Fue proporcionalmente reconocido tanto por su trabajo poético como plástico.

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