martes, 21 de julio de 2020

Jorge Teillier - Siete poemas




Jorge Teillier


 

***

Nieve nocturna 

¿Es que puede existir algo antes de la nieve? 
Antes de esa pureza implacable, 
implacable como el mensaje de un mundo 
que no amamos, pero al cual pertenecemos 
y que se adivina en ese sonido 
todavía hermano del silencio. 
¿Qué dedos te dejan caer, 
pulverizado esqueleto de pétalos? 
Ceniza de un cielo antiguo 
que hace quedar solo frente al fuego 
escuchando los pasos del amigo que se fue, 
eco de palabras que no recordamos, 
pero que nos duelen, como si las fuéramos a decir de 
nuevo. 
¿Y puede existir algo después de la nieve? 
Algo después 
de la última mirada del ciego a la palidez del sol, 
algo después 
que el niño enfermo olvida mirar la nueva mañana, 
o mejor aún, después de haber dormido como un 
convaleciente 
con la cabeza sobre la falda 
de aquella a quien alguna vez se ama. 
¿Quién eres, nieve nocturna, 
fugaz, disuelta primavera que sobrevive en el cerezo? 
¿O qué importa quién eres? 
Para mirar la nieve en la noche hay que cerrar los ojos, 
no recordar nada, no preguntar nada, 
desaparecer, deslizarse como ella en el visible silencio.  

 

Bajo un viejo techo 

Esta noche duermo bajo un viejo techo,

los ratones corren sobre él, como hace mucho tiempo,

y el niño enterrado en mí renace en mi sueño,

aspira de nuevo el olor de los muebles de roble,

y mira lleno de miedo hacia la ventana,

pues sabe que ninguna estrella resucita.

Esa noche oí caer las nueces desde el nogal,

escuché los consejos del anciano reloj,

supe que el viento vuelca una copa del cielo,

que las sombras se extienden,

y la tierra las bebe sin amarlas,

pero el árbol de mi suelo sólo daba hojas verdes

que maduraban en la mañana con el canto del gallo.

Esta noche duermo bajo un viejo techo,

los ratones corren sobre él, como hace mucho tiempo,

pero sé que no hay mañanas, y no hay cantos de gallos;

no quiero escuchar las palabras del reloj enfermo,

abro los ojos, para no ver reseco el árbol de los sueños,

y bajo él, la muerte que me tiende la mano.




Sentados frente al fuego

Sentados frente al fuego que envejece

miro su rostro sin decir palabra.

Miro el jarro de greda donde aún queda vino,

miro nuestras sombras movidas por las llamas.

Esta es la misma estación que descubrimos juntos,

a pesar de su rostro frente al fuego,

y de nuestras sombras movidas por la llamas.

Quizás si yo pudiera encontrar una palabra.

Esta es la misma estación que descubrimos juntos:

aún cae una gotera, brilla el cerezo tras la lluvia.

Pero nuestras sombras movidas por las llamas

viven más que nosotros.

Sí, esta es la estación que descubrimos juntos

—yo llenaba esas manos de cerezas, esas

manos llenaban mi vaso de vino—.

Ella mira el fuego que envejece.

 
De "Para ángeles y gorriones" (1956)



***


III

Una lluviosa primavera resucita como de
costumbre hablando con las mismas hojas
que rodearon el sueño de la Bella
Durmiente y restaña las heridas de la
costa,
mientras el sol despreocupado pasea en mangas de
camisa y al pie del roquerío
las algas envuelven con
dulzura el esqueleto del
inocente.

En el cementerio del cerro
la primavera se detiene para que florezcan
amapolas en los párpados de los muertos.
Los martillazos y los chillidos de las
tablas anuncian que el pueblo
resucita
como el vaso quebrado en el cual pondremos las mismas
luciérnagas que los abuelos persiguieron en una primavera
de 1900.

El pueblo nace de nuevo
de manos de los rústicos que fueron amenazados de
fusilamiento si reclamaban el pan que les pertenecía;
nace de nuevo de manos de aquellos
a quienes los poderosos condenan a
pudrirse como los jergones de paja en
las cárceles.
Y la primavera que recorre las playas
abandonadas hace callar al oleaje
y escucha los lejanos cánticos de resurrección.
 
De “El árbol de la memoria” (1961)


***
 

Hoy soy un miembro del Club de los Corazones Solitarios

Hoy soy un miembro del Club de los Corazones
Solitarios. En la clínica espero, aburrido, el
desayuno.
Mientras mi compañero de mesa mira el muro recién blanqueado
y comenta, riendo, una película de gangsters.

Nunca te envié ni siquiera una postal, y no sé por qué me
acuerdo de ti. Debes estarle dando desayuno a tus hijos
¿Cuántos son? ¿Se parece alguno a mí?
Debes haberte casado con un profesor primario o un jefe de Correos.

Vas a la huerta y hablas con tu madre
Sobre tu padre y sus amigos muertos
que hoy deben estar en el cielo jugando brisca
rematada, tras dejar como herencia casas a
medio morir saltando.

Yo, antes de ir al Liceo, te hablaría bien del peor alumno del curso
y del partido de fútbol que ayer ganó el "Águilas del Barrio
Norte". Yo no sabía que iba a viajar bajo tantos cielos
agonizantes,
y que en ningún país hallaría alguien que compartiera el silencio.

Yo no sabía que iba a cumplir cincuenta años
sin nadie y por eso te veo mientras espero el
desayuno.
Sonreías en el puente cuando te decía que no moriríamos en
Napóles y que en el Sena te obligaría a subir a un bateau-
mouche.

Tú vuelves a hacer hablar a la cocina
a leña y tus días pasan como si no
pasaran:
Son un tropel de bueyes que tu hermano lleva a la feria
y yo sigo escribiendo versos tontos que debería echar
al fuego. Hoy soy un miembro del Club de los
Corazones Solitarios.

De “El molino y la higuera” (1993) 
 

***
 
Para hablar con los muertos
 
Para hablar con los
muertos hay que elegir
palabras
que ellos reconozcan tan
fácilmente como sus manos
reconocían el pelaje de sus perros en la
oscuridad. Palabras claras y tranquilas
como el agua del torrente domesticada en la copa
o las sillas ordenadas por la
madre después que se han ido
los invitados. Palabras que la
noche acoja
como los pantanos a los fuegos fatuos.

Para hablar con los
muertos hay que saber
esperar:
ellos son miedosos
como los primeros pasos de un
niño. Pero si tenemos paciencia
un día nos responderán
con una hoja de álamo atrapada por un
espejo roto, con una llama de súbito
reanimada en la chimenea con un regreso
oscuro de pájaros
frente a la mirada de una
muchacha que aguarda inmóvil
en un umbral.

De “Poemas secretos” (1965) 
 
 
***
 

Cuando todos se vayan
 
 
A Eduardo Molina Ventura

 
Cuando todos se vayan a otros
planetas yo quedaré en la ciudad
abandonada bebiendo un último
vaso de cerveza,
y luego volveré al pueblo donde siempre
regreso como el borracho a la taberna
y el niño a
cabalgar en el
balancín roto.
Y en el pueblo no tendré nada que
hacer, sino echarme luciérnagas a
los bolsillos
o caminar a orillas de rieles oxidados
o sentarme en el roído mostrador de un
almacén para hablar con antiguos
compañeros de escuela.
Como una araña que
recorre los mismos hilos de
su red caminaré sin prisa
por las calles invadidas de
malezas
mirando los
palomares que se
vienen abajo, hasta
llegar a mi casa
donde me encerraré a
escuchar discos de un
cantante de 1930 sin
cuidarme jamás de mirar
los caminos infinitos
trazados por los cohetes en el espacio.
 
De “Muertes y maravillas” (1971)
 


Jorge Teillier Sandoval (1935-1996) fue un poeta chileno perteneciente a la generación literaria de 1950. En su obra podemos encontrar: Para ángeles y gorriones (1956), El cielo cae con las hojas (1958), El árbol de la memoria (1961), Los trenes de la noche y otros poemas (1961), Poemas del País de Nunca Jamás (1963), Poemas secretos (1965), Crónica del forastero (1968), Muertes y maravillas, antología (1971), Para un pueblo fantasma (1978), La isla del tesoro (1982), Cartas para reinas de otras primaveras (1985), El molino y la higuera (1993), Hotel Nube (1996), En el mudo corazón del bosque (1997). 

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